Narcis Monturiol nació en Figueres, Gerona, el 29 de septiembre de 1819 en el seno de una familia de artesanos. Su educación formal no fue científica: estudió la carrera de Derecho en Barcelona, aunque nunca llegaría a ejercer como abogado. La vida de Monturiol puede dividirse en dos etapas bien diferenciadas: la de su activismo político y su etapa inventora.
La Barcelona a la que recaló en 1835 era una ciudad convulsa, cuya vida estaba marcada por la inestabilidad social y política causada en gran medida por la incipiente llegada de la Revolución Industrial a nuestro país. Las protestas de artesanos y trabajadores manuales ante la mecanización de la producción, así como las de los nuevo trabajadores de las fábricas, cuyas condiciones laborales eran extremas, sumadas al enfrentamiento entre fuerzas liberales y absolutistas, que habría de marcar dramáticamente todo el siglo XIX español, desembocó en estallidos de violencia popular, las llamadas bullangues, que tuvieron lugar principalmente en Barcelona entre 1835 y 1843. Monturiol llegó a simpatizar con los ideales republicanos y la incipiente lucha de la clase obrera, llegando a intervenir en las bullangas de 1842 y 1843. A raíz de su relación con Abdó Terrades se introdujo en el pensamiento del socialismo utópico de Étienne Cabet, con quien llegó a mantener correspondencia. Cabet fue un teórico político francés, fundador del movimiento icariano, que promovía la creación de colonias o enclaves en los que fuera posible llevar a cabo una especie de utopía igualitaria basada en una forma de comunismo cristiano, que se inspiraba en Thomas Moore y en las ideas de Rousseau. Llegaron a fundar varios enclaves en los Estados Unidos. Tras licenciarse en la universidad, en 1845, aprendió el oficio de cajista y montó una imprenta mediante la cual, a través de diversas publicaciones, se dedicó a difundir las ideas icarianas. Debido a su actividad política, en 1848 se vio obligado a exiliarse a Perpiñán, pudiendo regresar al año siguiente. De nuevo en Barcelona trató de seguir difundiendo el ideario cabetiano a través de la imprenta, lo cual le acarreó varias multas y sanciones, viéndose obligado a cesar en dicha actividad. En esta época comenzó su dedicación a los inventos mecánicos, que explotaba de forma casera, mientras imprimíamaterial escolar y cosas por el estilo para sobrevivir.
Tras el golpe de estado del general O'Donell en 1856 y la pérdida de peso de las ideas liberales, abandonó Barcelona, regresando a su Figueres natal para luego trasladarse a Cadaqués, en la Costa Brava, donde sobrevivió dedicándose a la pintura. Es ahí, observando la actividad de los pescadores de coral, donde surgió su idea de diseñar un barco pez. El de los recolectores de coral era un trabajo bastante penoso y peligroso, y Monturiol empezó a trabajar en su idea movido por el deseo de hallar una solución que mejorara las condiciones laborales de estas personas.
En
1858 redactó
su
Proyecto
de navegación submarina: el Ictineo o barco-pez,
donde presentaba
los
problemas y retos técnicos que debe afrontar un vehículo
sumergible. Entre 1858 y 1859 se construyó
el
Ictineo
I en
unos talleres situados en la Barceloneta, junto al puerto de
Barcelona, gracias a la aportación económica de una sociedad
privada promovida por el propio inventor. Este prototipo
materializaba
todas
las ideas recogidas en el Proyecto.
El
Ictineo I realizó su primera demostración en aguas del puerto de
Barcelona el 23 de septiembre de 1859 en medio de una gran
expectación. Así lo reflejó la prensa de la época:
Hoy, a las nueve de la mañana, se ha verificado en las aguas de este puerto, una de las pruebas de navegación submarina por medio del barco llamado Ictineo, invención del señor D. Narciso Monturiol. A pesar de hallarse invitados solamente los señores accionistas, autoridades de marina y señores redactores de los periódicos de esta capital, una numerosa concurrencia ocupaba el andén del puerto, y el vapor remolcador, adí como un sinfín de botes y lanchas estaban llenos de gentes de todas clases, ansiosas de presenciar el espectáculo. Colocado el Ictineo a cien metros de la punta del muelle viejo, el señor Monturiol, con cuatro individuos más, se ha encerado herméticamente en él, y el barco se ha sumergido con toda seguridad pero lentamente... El primer movimiento ha sido de descenso vertical, bajando a la profundidad de diez metros, en cuya posición ha permanecido 12 minutos. Después, en el espacio de la mitad de este tiempo, ha subido y bajado tres veces consecutivas sin presentar a la superficie o flor de agua más que la espina del pez. En seguida, virando hacia el Sur-Suroeste, ha andado entre dos aguas y a diferentes profundidades, como unos doscientos metros en el espacio de seis minutos. Siguiendo el rumbo al Sur, se adelantó como unos cuatrocientos metros, ascendiendo y descendiendo varias veces, y virando por redondo, ha navegado al norte, y en línea recta, como unos seiscientos metros. Después de otros movimientos en varias direcciones, ha ascendido definitivamente a la superficie, y hemos visto aparecer el señor Monturiol y demás sujetos, a las doce menos diez minutos en punto, sin observar en ellos el menor síntoma de malestar. En cuanto a los aparatos de locomoción, purificación y los de mayor o menor densidad del Ictineo, partiendo del peso específico del agua de mar, son tan sencillos que permiten al inventor ocuparse en todos ellos, al mismo tiempo que escribir en su cuaderno de observaciones.
Diario de
Barcelona (24-IX-1859, pp.
9721-9722). Citado por Riera, Santiago, Narcis Monturiol.
Una vida apasionant, una obra apasionada.
Barcelona 1986, citado a su vez por Agustí Nieto-galán, La
seducción de la máquina, vapores, submarinos e inventores.
Madrid 2001.
Réplica del Ictineo I en el Museo Marítimo de Barcelona. Fotografía del autor. |
El
Ictineo I tenía siete metros de eslora, un casco cilíndrico de
madera y cobre de sección elíptica de siete metros cúbicos, con
capacidad para cinco o seis tripulantes. El movimiento de la máquina
era manual, empleando la propia fuerza muscular de los tripulantes,
mientras el timonel se ocupaba del rumbo y la inmersión. Otro casco,
también de madera y en forma de pez, envolvía al primero. Para la
inmersión disponía de unas vejigas de flotación y unos
compartimentos de cobre llenos de aire a baja presión repartidos a
lo largo de la estructura, de modo que al intercambiar aire y agua se
creaban las condiciones para la flotación en superficie o la
inmersión, y una hélice horizontal ayudaba a controlar los
movimientos verticales. Para la propulsión horizontal contaba con
una hélice de palas planas que era accionada con el esfuerzo humano.
Otro gran reto, además del de la propulsión, era el de mantener
hermético todo el sistema evitando la entrada de agua. La madera no
es el mejor material en este caso, pero Monturiol hubo de contentarse
con ella para su prototipo por cuestiones presupuestarias. Para el
soporte vital la nave contaba con unos depósitos de aire llenos con
79 partes de nitrógeno y 21 de oxígeno, imitando la composición de
la atmósfera a nivel del mar, mientras que el dióxido de carbono
(CO2)
y el vapor de agua procedentes de la respiración y la transìración,
quedaban fijados a un purificador donde el oxígeno era separado de
las moléculas de ambos gases y devuelto a la atmósfera de la nave.
Al
año siguiente, 1860, Monturiol escribió su segundo informe: Memoria
sobre la navegación submarina, por el inventor del Ictineo o
barco-pez,
un trabajo lleno de optimismo, mediante el que hacía una llamada a
potenciales inversores para desarrollar su invento. También llevó a
cabo una campaña de propaganda con la intención de interesar a los
poderes públicos, pero el Ministerio de Marina calificó su
invención de poco original, uno más entre muchos y demasiado
parecido al del francés Payerne, un prototipo propulsado por máquina
de vapor probado en aguas del Sena en 1844. La reacción de Monturiol
a esta indiferencia oficial fue bastante crítica, llegando a
escribir directamente a la reina Isabel II reclamando la intervención
del Estado en su proyecto.
Pero
no todas las reacciones fueron negativas. Tras una nueva demostración
pública el capitán Miguel Lobo emitió un informe muy favorable en
las revistas La crónica naval de
España y El
museo universal.
En la Sección de Ciencias del Ateneo Catalán de Barcelona una
comisión formada por un grupo de científicos y técnicos
pertenecientes a diversas disciplinas (fisiología, ingeniería
naval, física...) evaluó el invento y emitió un informe.
Elaboraron un estudio detallado desde el punto de vista de las
ciencias médicas y naturales, así como de sus finalidades como
instrumento de investigación científica y máquina de aplicación a
la pesca o a la guerra. Su tono era de una alabanza moderada, sin
tomar demasiado partido, pero con suficientes argumentos favorables
como para que Monturiol lo utilizase en futuras reivindicaciones al
gobierno.
A
petición de varios diputados catalanes en Madrid, Jorge Lasso de la
Vega, director de La crónica naval de
España,
publicó en 1861 otro informe en el que se afirmaba que el Ictineo
superaba todos los requisitos para un buen funcionamiento, destacando
algunas de sus virtudes, como su construcción robusta, aislamiento
total, respiración autónoma y prolongada en el interior, libertad
de movimiento del buque, impermeabilidad de los árboles mecánicos
que transmiten movimiento a las hélices, indicadores precisos de
rumbo, presión temperatura, etc.
Tras
realizar numerosas y laboriosas gestiones políticas en Madrid,
Monturiol consiguió llevar a cabo una nueva demostración pública
ese mismo año, esta vez en Alicante, ante los ministros de Marina y
de Fomento, el Capitán General de Cartagena y diversos diputados,
quienes mostraron su escepticismo y poca disposición.
Esta indiferencia
oficial contrasta con el enorme entusiasmo popular. Este mismo año
Monturiol fue agasajado públicamente en Barcelona, siendo nombrado
además vicepresidente de la Sección de Ciencias del Ateneo, la
misma institución que había valorado su proyecto, y fue nombrado
además hijo predilecto de Figueres, su ciudad natal, donde se le
organizó un gran recibimiento:
A la llegada de Monturiol, la música y el cuerpo de coros ejecutaron una balada ampurdanesa, y los vítores de entusiasmo y las aclamaciones comenzaron para no interrumpirse ya. Acompañaba el señor Monturiol en su carruaje otro en que iban varias niñas vestidas de genios, y esparciendo flores y versos por la carrera, y abría la marcha la orquesta y el cuerpo de coros ejecutando piezas escogidas. Durante el tránsito cayó sobre la comitiva una verdadera lluvia de coronas de laurel, de ramilletes, de versos; de todas partes salían palomas con cintas e inscripciones.
Citado
por Riera, Santiago, Narcis Monturiol. Una vida apasionant, una
obra apasionada, p. 156, citado a su vez por Agustí Nieto-galán,
La seducción de la máquina, vapores, submarinos e inventores.
Madrid 2001.
El
escaso eco que suscitó en las instancias oficiales no desanimó a
Monturiol, quien ya pensaba en la construcción del siguiente
prototipo, el Ictineo II. Sus negociaciones con el gobierno no
cesaron, y así recibió un ofrecimiento para fabricar el nuevo
prototipo en un arsenal de la marina, pero en 1862 se rompieron las
negociaciones, así que se vio obligado a recurrir de nuevo a capital
privado. Tras diferentes llamamientos, entre ellos una suscripción
pública, que le proporcionaron una suma considerable, más del doble
de lo que había recibido para financiar el Ictineo I, en 1864 se
fundó la Sociedad Comanditaria La
Navegación Submarina,
para llevar a cabo los trabajos.
El
nuevo buque contaba esta vez con propulsión a vapor y notables
modificaciones y mejoras en el sistema de soporte vital y el control
de la inmersión. También contaba con un cañón, condición sine
qua non para que la Marina llegase a interesarse en él.
A pesar de todo el
esfuerzo el proyecto se vio abocado al fracaso por asfixia económica.
Una máquina de vapor debía superar grandes retos para adaptarse a
una nave de estas características, el principal de ellos, el
espacio; además el ruido y las altas temperaturas que generaría en
el interior planteaban problemas a la seguridad y confortabilidad de
la tripulación, por no hablar del enorme coste de las piezas. Fue
precisamente el alto coste que generaba el intento de incorporación
de la máquina de vapor el principal agente que hizo fracasar el
proyecto. Finalmente el Ictineo II fue embargado y desmantelado y sus
piezas vendidas para satisfacer a los acreedores. Monturiol, acosado
políticamente y en bancarrota, llegó a escribir en su
desesperación:
Estando el Ictineo embargado y la sociedad que lo sostenía en disolución, vuelvo a estar solo, aislado como en 1857, con la diferencia de que entonces todavía era joven y que ahora me encuentro en la pendiente de una vida trabajada por una lucha de once años contra la Naturaleza y la inercia e incredulidad de los hombres... acreedores impacientes, usando de su derecho, han arrancado de mis manos el Ictineo. Cansados de seguirme, mis buenos compañeros han ido cayendo uno tras otro; el Ictineo, pues, será vendido en pública almoneda. Sin embargo el Ictineo ha abierto a los hombres las puertas del mundo submarino, ha alimentado la respiración de sus tripulantes (…), ha arrojado proyectiles haciendo la carga y disparos de su cañón, siempre invisible, probando así que la patria tenía en él un defensor de sus vastas costas marinas. Esto ha hecho el Ictineo sin otra fuerza que la muscular de sus tripulantes, y ahora que abriga la máquina de vapor, y que encierra en sus entrañas el fuego de las combustiones metálicas; ahora que venciendo graves dificultades prácticas, iba a ser un pez artificial completo, acabado, no necesitando del hombre más que su inteligencia, ahora será vendido como material de deshecho...
Citado
por Riera, Santiago, Narcis Monturiol. Una
vida apasionant, una obra apasionada, pp.
222-223 citado a su vez por Agustí Nieto-galán,
La seducción de la máquina, vapores, submarinos e inventores.
Madrid 2001.
La
relación de Monturiol con sus Ictineos
concluyó definitivamente en 1870, año en el que vio la luz la
célebre novela de Verne, con su trabajo Ensayo
sobre el arte de navegar por debajo del agua,
una obra eminentemente técnica que serviría como colofón a su
carrera.
A pesar del
resultado de su aventura inventora, los últimos años de Monturiol
no fueron los de un amargado. En 1873 fue diputado en las cortes de
la Primera República, director de la Fábrica Nacional del Sello
(1873-74), desarrollando más adelante otros trabajos editoriales y
dando conferencias. Su inquietud inventora no se desvaneció,
ideando, entre otras cosas, un sistema para copiar cartas; otro para
obtener un rendimiento mayor en los motores de vapor; una máquina
para cortar piedra...
¿Un
adelantado a su tiempo?, ¿un genio incomprendido en un país
mediocre? Hay quien opina que el Ictineo II presentaba problemas
insalvables en su época; aun así la indiferencia de las autoridades
hacia su trabajo es innegable. Otro gran inventor, el ingeniero Isaac
Peral habría de enfrentar problemas similares de ausencia de apoyo
de unas autoridades que, por un motivo u otro, envidias, rencillas
políticas, o como en este caso, pura desidia, carecieron de la
visión de futuro que colocaría a otras naciones de nuestro entorno
en posiciones más próximas a la vanguardia y la modernidad.
Larga vida y
prosperidad.
Bibliografía:
Bibliografía:
- Agustí Nieto-galán, La seducción de la máquina, vapores, submarinos e inventores. Madrid 2001.
U artículo estupendo, Antonio :-)
ResponderEliminar¡Gracias Dani! Me alegra que te haya gustado.
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